sábado, 4 de octubre de 2008

CRISIS DEL CAPITALISMO NEOCON GLOBALIZANTE



En pleno desarrollo de la crisis del actual sistema capitalista globalizante, que ha pretendido exportar el modelo radical de capitalismo liberal, experimentamos los perniciosos efectos de la importación del modelo neocon, al que se le quedaba corto el ámbito estadounidense, y precisaba alcanzar nuevos mercados, so pretexto de facilitar también el acceso a los mercados propios de otros países, que compartieran sus reglas de juego.

Pronto se nos vendió la idea de las bondades del capitalismo globalizante, de que el mundo era una “aldea global” en que todo debía de estar interconectado, con la idea que era necesario para el progreso económico. Y desde los políticos locales postuladores de tales planteamientos, se nos hacía continua prédica de las bondades del sistema, así como de los peligros de quedarse al margen de este.

En aquel entonces, no faltaron voces que defendieron el modelo de “Estado del bienestar” de la Europa Occidental, al que los postulantes neocon adujeron que era económicamente inviable, sobre todo si se quería mantener el pleno empleo y el crecimiento económico. Aunque no dieron fundadas razones de sus tesis.

Pero el transcurso del tiempo nos ha ido presentando el relanzamiento a escala mundial de un capitalismo salvaje, sumamente competitivo, donde las grandes multinacionales y sus gobiernos aliados juegan con los intereses de los consumidores de los países desarrollados, y marginan hasta el olvido a los países subdesarrollados, controlando los flujos económicos de aquellos, así como de los países en desarrollo. Así hemos podido comprobar como el sur pobre trata de salir de su fatalidad emigrando a un norte próspero que ha perdido los valores humanos que predica, pues el individualismo egoísta corroe su, cada vez más débil, conciencia social.

Por otro lado los países en vías de desarrollo, son controlados a distancia por lo grandes núcleos financieros mundiales que limitan sus recursos y producción a los intereses del gran capital.

Y en los países desarrollados, se han fijado unas pautas sociales de comportamiento que priman el consumismo, de forma que finalmente los habitantes de los mismos son meros “reos de consumo” –cuyos salarios tienen empeñados hasta las cejas entre hipotecas, créditos varios y adquisiciones múltiples-, a modo de una nueva esclavitud. Entre tanto que las grandes empresas aumentan exponencialmente sus resultados, las pequeñas empresas acaban por ser excluidas del mercado por las más potentes, en una espiral de cainismo codicioso.

Naturalmente, este sistema está necesariamente abocado al agotamiento, pues no se prodigan prácticas de ahorro, ni de lealtad comercial, y cada vez hay menos hueco al mantenimiento de servicios públicos, especialmente de carácter social, que se descartan por ineficaces y taras al crecimiento económico.

Pero la codicia ha adelantado el final, puesto que parte de esos grandes núcleos de poder financiero han faltado a sus más elementales responsabilidades –de la mano de la falta de control estatal- y han tejido una arquitectura financiera especulativa que ha dado al traste con la “gallina de los huevos de oro”; pero que en mérito a las conexiones globalizadotas del sistema han traspasado sus problemas económicos a escala planetaria, generando una de las mayores crisis de la historia reciente.

De tal manera que el mal menor, supone que los gobiernos –o sea la sociedad- tengan que soportar los grandes fallos e irresponsabilidades de ese sistema insolidario, y para evitar males mayores, haya de tenerse solidaridad con los insolidarios mercaderes que han esquilmado al propio sistema.

Así pues, considero que el fracaso del sistema, debería de conllevar su profunda reconsideración. Y los países de la UE en vez de seguir el modelo capitalista neocon, deberían de reconsiderar su vuelta al “Estado del bienestar” que tanto progreso económico y social generó en la Europa de la posguerra, gracias al buen funcionamiento de los servicios públicos, de un sistema público de pensiones, de un sistema sanitario público, de un sistema de educación pública, y de unos servicios sociales –que se dotan de una política social justa y solidaria con los que menos tienen, evitando marginalidades sociales en nuestras sociedades-. Pero para eso, Europa ha de poner vallas a su sistema económico que evite nuevos descalabros como el que vivimos, incluso con el establecimiento de barreras aduaneras, con el fin de evitar la desleal competencia de empresas que fabrican con bajos salarios, sin costes sociales, y ponen en riesgo nuestro sistema de protección social europeo.

Al mismo tiempo, que creo que los sindicatos y las asociaciones de consumidores y usuarios tendrían bastante que decir sobre este asunto, de forma que se pidan explicaciones de las causas de la actual crisis, para cortar de forma radical con nuevos circuitos que desestabilicen el progreso y el bienestar de nuestros pueblos. Y exijan el establecimiento de medidas que garanticen la estabilidad y viabilidad de nuestro sistema, aun a riesgo de no participar del engaño codicioso del gran capital.