domingo, 12 de octubre de 2008

LA HISPANIDAD: ICONO Y SINCRETISMO CULTURAL


Un año más celebramos en España el día de la hispanidad, que desde hace unos años se determinó fuera “fiesta nacional”, coincidiendo con una de las mayores gestas de los españoles en la historia de la humanidad, cual fue el descubrimiento de América, en un año clave para la unificación de los reinos hispanos, con el reinado de Isabel y Fernando y la conclusión de la reconquista.

Tales hechos, en sí mismos considerados son pilares fundamentales de la historia de España y de la Nación española, subrayan el inicio de la marcha común del Estado Español, que sin perjuicio de contemplar variaciones territoriales, unas veces de forma más integradora y otras menos, ha dado como resultado el proyecto nacional español. De igual manera que otros países celebran su fiesta nacional conmemorando hechos históricos de relevancia para ellos, como resulta ser el caso norteamericano del 4 de julio –día de la independencia-, o el caso francés el 14 de julio –día de la toma de la Bastilla-, entre otros.

La pugna histórica con las otras potencias de cada época, y los diferentes procesos descolonizadores han dado como consecuencia que España sea un Estado que desde el siglo XIX está en proceso de desintegración territorial, que en la actualidad ha circunscrito su territorio a la Península Ibérica, plazas de soberanía norteafricanas, y archipiélagos balear y canario.

Además tiene planteado por algunos sectores sociales minoritarios un litigio de reconsideración territorial del Estado. Punto en el cual, la transición política española ha conllevado un cambio notable de definición territorial del Estado, a favor del “Estado de las Autonomías” evolucionando desde un sistema de Estado unitario centralizado, a una situación próxima al Estado Federal; integrando la diversidad cultural, con grandes dosis de autonomía política territorial en la unidad política estatal, que con sus errores y aciertos da respuesta a la integración de las diferentes sensibilidades territoriales en la empresa común estatal. Aunque naturalmente no puede dar satisfacción a los que postulan la autodeterminación nacional de sus territorios, que son minorías en los mismos, y que definidas las reglas constitucionales de convivencia, quedan fuera de ellas.

Por eso, los españoles debemos de apoyar y defender la “fiesta nacional” como icono de integración entre los distintos pueblos de España. Y no se debe permitir el uso partidista de la misma y de su iconografía, ni para apropiarlos ni para denostarlos. Pero al mismo tiempo, los ciudadanos debemos de exigir a nuestras autoridades estatales y autonómicas que nos representen en los actos de dicha fiesta, de forma que postulen con su presencia la intención mayoritaria de sus representados, y acaben acallando las voces minoritarias discordantes. De forma que no parece de recibo que haya presidentes de Comunidades Autónomas que de forma habitual se ausenten de dichos actos institucionales de la “fiesta nacional”, teniendo la facultad de celebrar sus días de festividad autonómica en sus diferentes territorios. Como tampoco parece muy edificante, por muy humano y coloquial que sea, cualquier expresión denostativa de responsables políticos sobre este día. Aparenta un mal signo, de insolidaridad y desintegración, y no cumplen con la intención de la mayoría de los ciudadanos de sus territorios, a los que deben respeto institucional.

Pero al propio tiempo, esta festividad conlleva también otra importante significación, que es el recuerdo a la gesta colombina, la significación de la huella hispana por el mundo, que ha supuesto -más allá de las intencionalidades, atribuidas por algunos, de dominio colonial- un importante legado cultural por las naciones hispanas, especialmente en Sudamérica, donde la cultura española aún se conserva, y no sólo en la importante aportación del idioma, la religión, y valores sociales hispanos, sino también en infinidad de datos y legados históricos. Que por encima del recurso a la demagogia libero-indígena populista, aún queda en el corazón de su ciudadanía, que mantiene estrechos lazos con España.

La hispanidad, desde el punto de vista cultural –que es el gran legado que aún queda-, ha supuesto un sincretismo cultural, de integración de las diversas culturas autóctonas con la proveniente de la península ibérica, y prueba de su solidez es que subsiste pese al transcurso de los siglos, e incluso se identifica en comunidades hispanas emigradas a naciones de cultura anglosajona. Por lo que tal hecho resulta un tesoro que se ha de conservar, cuidar y fomentar, no debiendo de ponerse en pugna con las culturas autóctonas –ni siquiera en España-, sino como elementos plurales de convivencia que enriquecen y se complementan.

De tal manera que la denominada “globalización” no debería de poner en cuestión la “hispanidad”, en tanto que la globalización puede ser una interacción económica, y política, para el mayor bienestar y progreso de la humanidad, pero no puede ser una neocolonización norteamericana, del mundo anglosajón, sobre las demás culturas.

Con todo, la culminación de este planteamiento de hispanidad habría de venir de la mano de una especie de Comomwealth hispana, que no hemos conseguido establecer de forma determinante a través de las “Cumbres iberoamericanas”, como sí lo hizo el Imperio británico con sus colonias, con las que mantiene unos extraordinarios lazos comerciales y culturales, y que de nuevo España podría volver a incentivar entre las naciones del mundo de origen hispano; especialmente en estos momentos de desmoronamiento del capitalismo liberal de origen anglosajón, sin que fuera excluyente, sino complementario, abriendo nuevos canales comerciales y de mutua cooperación.