domingo, 26 de octubre de 2008

LA BANCA SIEMPRE GANA


La crisis económica mundial, que estamos padeciendo, tiene sus orígenes fundamentalmente en las arriesgados negocios del sistema financiero del neocapitalismo especulador, de un lado, y de otro, en la comunicación del sistema económico dentro del fenómeno de la globalización, que para bien y para mal interconecta las sociedades y sus mercados, agrandando los negocios, pero agrandando igualmente los problemas.

Así la crisis bancaria actual está propagándose por el resto del sistema económico, pues la restricción crediticia que se está dando en la actualidad está poniendo contra las cuerdas a muchas empresas, al punto de hacer desaparecer a parte de ellas. Y esto, a su vez, frena el consumo –que en definitiva es el que tira de la producción- generando otro pernicioso efecto económico en todos los sectores de la economía.

Se dice por parte de los expertos en economía que la crisis y sus efectos aún los seguiremos padeciendo varios años más. Puesto que primero habrá de tocarse fondo, para lo que estiman una duración de un año –siempre que otras variables macroeconómicas no se alteren-, y después habrá que ver el ritmo de reactivación. Aunque lo cierto es que el tiempo de cierre de una empresa es relativamente corto en relación con el tiempo de creación y establecimiento que conlleva toda acción empresarial.

También se dice que resulta fundamental que el sistema financiero vuelva a generar confianza, lo cual no es fácil que se produzca de forma inminente, hasta que no se restaure su normal funcionamiento, pues el dinero es miedoso por naturaleza.

A todo esto, se nos dijo que era muy importante para amortiguar los efectos de la crisis la inyección de importantes aportaciones públicas para reactivar a los mercados. Aunque tal medida, por muy lógica que sea, lleva implícita una doble injusticia, ya que por un lado los Estados – o sea, todos los ciudadanos- damos dinero y facilidades a la banca, que además ha sido la causante del problema, por su imprudente audacia abordando negocios de extremo riesgo; pero por otra parte, resulta que se le da dinero a una banca en dificultades económicas, que precisamente no suele prodigarse con especiales consideraciones con sus deudores cuando pasan dificultades. Además de resultar una medida contraria a los más elementales criterios de justicia social.

Por consiguiente, si queremos que el equilibrio de lo justo se mantenga para fortaleza de la convivencia social, desde el punto de vista de la justicia social, se deben de equilibrar –o por mejor decir, completar- las medidas de apuntalamiento bancario que se han adoptado por parte de los Gobiernos de los países desarrollados, con exorbitantes cifras de dinero para evitar la quiebra del sistema financiero, con el incremento de ayudas sociales que atienda a la ciudadanía perjudicada por esta crisis, así como la implantación de políticas públicas tendentes a reducir los perniciosos efectos del paro consecuente al cierre de empresas.

De lo contrario, supondría que las haciendas públicas nacionales harían de seguro para la banca, que haría bueno el dicho de que: “la Banca siempre gana”. Y eso no sería justo desde el punto de vista social.

domingo, 19 de octubre de 2008

ENTRE LA MEMORIA, LA JUSTICIA Y LA PRUDENCIA


La trágica contienda civil española ahondó las heridas del solar patrio, y aumentó las fisuras sociales, añadiendo dramas personales de difícil olvido. Que con el paso de los años, aunque se haya enfriado el ambiente por falta de la mayoría de los actores directos del conflicto, no por ello reduce su crudeza y dramatismo ante los descendientes de estos. Cumpliéndose así la conocida afirmación que toda guerra dura cien años.

De manera que en tan delicado tema resulta muy difícil ser aséptico, por los alcances que aún se derivan del enfrentamiento que dividió a España, y que conllevó excesos, injusticias, y crímenes por ambos bandos. Por lo que habríamos de tomar en consideración los deseos de uno de los actores principales, Manuel Azaña, que en el término de sus días pidió: “paz, piedad y perdón”.

Así la transición española fue capaz de abstraerse del conflicto guerracivilista, y en un periodo difícil para la convivencia social española, vino a consensuar unas pautas de comportamiento político que conllevaban el cierre del conflicto y la normalización democrática para la construcción de un nuevo sistema político, por lo que se promulgó la ley de amnistía, y de alguna manera se llevaba a efecto una auténtica pacificación de nuestra sociedad, que permitió el progreso económico social y político de nuestro país, y su integración en la esfera internacional entre las naciones libres del mundo.

Ahora bien, dicho lo cual, resulta de justicia que los familiares de personas ejecutadas durante el conflicto o con posterioridad al mismo, y en situación de desaparición, que tienen noticias que se encuentran en fosas comunes, puedan acceder a recoger los restos mortales de sus antepasados, y darles un entierro digno; siendo incluso deseable desde el punto de vista moral, como gesto de la auténtica reconciliación social.

Cuestión distinta resultaría que, después de todo el proceso de transición, con la amnistía general otorgada, al cabo de los años, emerja una corriente “justiciera” que intente remover en sede judicial aquellos crímenes –que además, para ser justos, habrían de ser enjuiciados los de uno y otro bando-, cuando además se da la circunstancia que la mayoría de los supuestos responsables de los mismos han fallecido. Tal hecho, más allá de ser de justicia parece reavivar viejas vendettas, sobre las que la sociedad española había dado el punto y final.

Y desde el punto de vista jurídico, más allá de la maraña interpretativa respecto de los crímenes contra la humanidad, tenemos una amnistía otorgada, la desaparición física de la mayoría de los supuestos autores, y la posible prescripción de los delitos.

Por todo, parece que en este asunto entre la memoria –cuyas demandas de familiares se están atendiendo justamente, por parte del Estado-, la justicia –cuya intervención parece ya extemporánea y legalmente controvertida- y la prudencia –en razón de la convivencia social y el pragmatismo de una sociedad moderna-, nos inclinemos por pedir que el presente asunto abandone la sede judicial, y siga siendo atendido en sede gubernamental.

domingo, 12 de octubre de 2008

LA HISPANIDAD: ICONO Y SINCRETISMO CULTURAL


Un año más celebramos en España el día de la hispanidad, que desde hace unos años se determinó fuera “fiesta nacional”, coincidiendo con una de las mayores gestas de los españoles en la historia de la humanidad, cual fue el descubrimiento de América, en un año clave para la unificación de los reinos hispanos, con el reinado de Isabel y Fernando y la conclusión de la reconquista.

Tales hechos, en sí mismos considerados son pilares fundamentales de la historia de España y de la Nación española, subrayan el inicio de la marcha común del Estado Español, que sin perjuicio de contemplar variaciones territoriales, unas veces de forma más integradora y otras menos, ha dado como resultado el proyecto nacional español. De igual manera que otros países celebran su fiesta nacional conmemorando hechos históricos de relevancia para ellos, como resulta ser el caso norteamericano del 4 de julio –día de la independencia-, o el caso francés el 14 de julio –día de la toma de la Bastilla-, entre otros.

La pugna histórica con las otras potencias de cada época, y los diferentes procesos descolonizadores han dado como consecuencia que España sea un Estado que desde el siglo XIX está en proceso de desintegración territorial, que en la actualidad ha circunscrito su territorio a la Península Ibérica, plazas de soberanía norteafricanas, y archipiélagos balear y canario.

Además tiene planteado por algunos sectores sociales minoritarios un litigio de reconsideración territorial del Estado. Punto en el cual, la transición política española ha conllevado un cambio notable de definición territorial del Estado, a favor del “Estado de las Autonomías” evolucionando desde un sistema de Estado unitario centralizado, a una situación próxima al Estado Federal; integrando la diversidad cultural, con grandes dosis de autonomía política territorial en la unidad política estatal, que con sus errores y aciertos da respuesta a la integración de las diferentes sensibilidades territoriales en la empresa común estatal. Aunque naturalmente no puede dar satisfacción a los que postulan la autodeterminación nacional de sus territorios, que son minorías en los mismos, y que definidas las reglas constitucionales de convivencia, quedan fuera de ellas.

Por eso, los españoles debemos de apoyar y defender la “fiesta nacional” como icono de integración entre los distintos pueblos de España. Y no se debe permitir el uso partidista de la misma y de su iconografía, ni para apropiarlos ni para denostarlos. Pero al mismo tiempo, los ciudadanos debemos de exigir a nuestras autoridades estatales y autonómicas que nos representen en los actos de dicha fiesta, de forma que postulen con su presencia la intención mayoritaria de sus representados, y acaben acallando las voces minoritarias discordantes. De forma que no parece de recibo que haya presidentes de Comunidades Autónomas que de forma habitual se ausenten de dichos actos institucionales de la “fiesta nacional”, teniendo la facultad de celebrar sus días de festividad autonómica en sus diferentes territorios. Como tampoco parece muy edificante, por muy humano y coloquial que sea, cualquier expresión denostativa de responsables políticos sobre este día. Aparenta un mal signo, de insolidaridad y desintegración, y no cumplen con la intención de la mayoría de los ciudadanos de sus territorios, a los que deben respeto institucional.

Pero al propio tiempo, esta festividad conlleva también otra importante significación, que es el recuerdo a la gesta colombina, la significación de la huella hispana por el mundo, que ha supuesto -más allá de las intencionalidades, atribuidas por algunos, de dominio colonial- un importante legado cultural por las naciones hispanas, especialmente en Sudamérica, donde la cultura española aún se conserva, y no sólo en la importante aportación del idioma, la religión, y valores sociales hispanos, sino también en infinidad de datos y legados históricos. Que por encima del recurso a la demagogia libero-indígena populista, aún queda en el corazón de su ciudadanía, que mantiene estrechos lazos con España.

La hispanidad, desde el punto de vista cultural –que es el gran legado que aún queda-, ha supuesto un sincretismo cultural, de integración de las diversas culturas autóctonas con la proveniente de la península ibérica, y prueba de su solidez es que subsiste pese al transcurso de los siglos, e incluso se identifica en comunidades hispanas emigradas a naciones de cultura anglosajona. Por lo que tal hecho resulta un tesoro que se ha de conservar, cuidar y fomentar, no debiendo de ponerse en pugna con las culturas autóctonas –ni siquiera en España-, sino como elementos plurales de convivencia que enriquecen y se complementan.

De tal manera que la denominada “globalización” no debería de poner en cuestión la “hispanidad”, en tanto que la globalización puede ser una interacción económica, y política, para el mayor bienestar y progreso de la humanidad, pero no puede ser una neocolonización norteamericana, del mundo anglosajón, sobre las demás culturas.

Con todo, la culminación de este planteamiento de hispanidad habría de venir de la mano de una especie de Comomwealth hispana, que no hemos conseguido establecer de forma determinante a través de las “Cumbres iberoamericanas”, como sí lo hizo el Imperio británico con sus colonias, con las que mantiene unos extraordinarios lazos comerciales y culturales, y que de nuevo España podría volver a incentivar entre las naciones del mundo de origen hispano; especialmente en estos momentos de desmoronamiento del capitalismo liberal de origen anglosajón, sin que fuera excluyente, sino complementario, abriendo nuevos canales comerciales y de mutua cooperación.

sábado, 4 de octubre de 2008

CRISIS DEL CAPITALISMO NEOCON GLOBALIZANTE



En pleno desarrollo de la crisis del actual sistema capitalista globalizante, que ha pretendido exportar el modelo radical de capitalismo liberal, experimentamos los perniciosos efectos de la importación del modelo neocon, al que se le quedaba corto el ámbito estadounidense, y precisaba alcanzar nuevos mercados, so pretexto de facilitar también el acceso a los mercados propios de otros países, que compartieran sus reglas de juego.

Pronto se nos vendió la idea de las bondades del capitalismo globalizante, de que el mundo era una “aldea global” en que todo debía de estar interconectado, con la idea que era necesario para el progreso económico. Y desde los políticos locales postuladores de tales planteamientos, se nos hacía continua prédica de las bondades del sistema, así como de los peligros de quedarse al margen de este.

En aquel entonces, no faltaron voces que defendieron el modelo de “Estado del bienestar” de la Europa Occidental, al que los postulantes neocon adujeron que era económicamente inviable, sobre todo si se quería mantener el pleno empleo y el crecimiento económico. Aunque no dieron fundadas razones de sus tesis.

Pero el transcurso del tiempo nos ha ido presentando el relanzamiento a escala mundial de un capitalismo salvaje, sumamente competitivo, donde las grandes multinacionales y sus gobiernos aliados juegan con los intereses de los consumidores de los países desarrollados, y marginan hasta el olvido a los países subdesarrollados, controlando los flujos económicos de aquellos, así como de los países en desarrollo. Así hemos podido comprobar como el sur pobre trata de salir de su fatalidad emigrando a un norte próspero que ha perdido los valores humanos que predica, pues el individualismo egoísta corroe su, cada vez más débil, conciencia social.

Por otro lado los países en vías de desarrollo, son controlados a distancia por lo grandes núcleos financieros mundiales que limitan sus recursos y producción a los intereses del gran capital.

Y en los países desarrollados, se han fijado unas pautas sociales de comportamiento que priman el consumismo, de forma que finalmente los habitantes de los mismos son meros “reos de consumo” –cuyos salarios tienen empeñados hasta las cejas entre hipotecas, créditos varios y adquisiciones múltiples-, a modo de una nueva esclavitud. Entre tanto que las grandes empresas aumentan exponencialmente sus resultados, las pequeñas empresas acaban por ser excluidas del mercado por las más potentes, en una espiral de cainismo codicioso.

Naturalmente, este sistema está necesariamente abocado al agotamiento, pues no se prodigan prácticas de ahorro, ni de lealtad comercial, y cada vez hay menos hueco al mantenimiento de servicios públicos, especialmente de carácter social, que se descartan por ineficaces y taras al crecimiento económico.

Pero la codicia ha adelantado el final, puesto que parte de esos grandes núcleos de poder financiero han faltado a sus más elementales responsabilidades –de la mano de la falta de control estatal- y han tejido una arquitectura financiera especulativa que ha dado al traste con la “gallina de los huevos de oro”; pero que en mérito a las conexiones globalizadotas del sistema han traspasado sus problemas económicos a escala planetaria, generando una de las mayores crisis de la historia reciente.

De tal manera que el mal menor, supone que los gobiernos –o sea la sociedad- tengan que soportar los grandes fallos e irresponsabilidades de ese sistema insolidario, y para evitar males mayores, haya de tenerse solidaridad con los insolidarios mercaderes que han esquilmado al propio sistema.

Así pues, considero que el fracaso del sistema, debería de conllevar su profunda reconsideración. Y los países de la UE en vez de seguir el modelo capitalista neocon, deberían de reconsiderar su vuelta al “Estado del bienestar” que tanto progreso económico y social generó en la Europa de la posguerra, gracias al buen funcionamiento de los servicios públicos, de un sistema público de pensiones, de un sistema sanitario público, de un sistema de educación pública, y de unos servicios sociales –que se dotan de una política social justa y solidaria con los que menos tienen, evitando marginalidades sociales en nuestras sociedades-. Pero para eso, Europa ha de poner vallas a su sistema económico que evite nuevos descalabros como el que vivimos, incluso con el establecimiento de barreras aduaneras, con el fin de evitar la desleal competencia de empresas que fabrican con bajos salarios, sin costes sociales, y ponen en riesgo nuestro sistema de protección social europeo.

Al mismo tiempo, que creo que los sindicatos y las asociaciones de consumidores y usuarios tendrían bastante que decir sobre este asunto, de forma que se pidan explicaciones de las causas de la actual crisis, para cortar de forma radical con nuevos circuitos que desestabilicen el progreso y el bienestar de nuestros pueblos. Y exijan el establecimiento de medidas que garanticen la estabilidad y viabilidad de nuestro sistema, aun a riesgo de no participar del engaño codicioso del gran capital.